viernes, 28 de agosto de 2015

ESE AGUJERO NEGRO

"Concierne a todas las familias", "forma parte de la vida", sin embargo "cuando toca a los afectos familiares, la muerte no nos parece jamás natural". El Papa Francisco en la audiencia de ayer habló de la muerte y del luto. "Para los padres, sobrevivir a los propios hijos es algo particularmente desgarrador, que contradice la naturaleza elemental de las relaciones que dan sentido a la familia misma. La pérdida de un hijo o de una hija es como si detuviera el tiempo: se abre un abismo que traga el pasado y también el futuro". Es como "una bofetada - continuó – a las promesas, a los dones y sacrificios de amor alegremente entregados a la vida que hemos hecho nacer. Tantas veces vienen a misa en Santa Marta padres con la foto de un hijo, una hija, niño, muchacho, muchacha y me dicen: “se fue”. La mirada es tan dolorida. La muerte toca y cuando es un hijo toca profundamente”.
Y algo similar, subrayó el Papa : "sufre el niño que se queda solo, por la pérdida de un padre, o de ambos. [...] El vacío del abandono que se abre dentro de él es aún más angustiante por el hecho que no tiene ni siquiera la experiencia suficiente para “dar un nombre” a aquello que ha sucedido", ese "agujero negro" que "se abre en la vida de las familias y al cual no sabemos dar explicación". A veces, prosiguió el Papa, “se llega incluso a dar la culpa a Dios" Pero no es sólo la muerte física. La muerte física tiene “cómplices” que son aún peores que ella y que se llaman odio, envidia, soberbia, avaricia" y que "la hacen aún más dolorosa e injusta" porque los " afectos familiares aparecen como las víctimas predestinadas e indefensas de estas potencias auxiliares de la muerte, que acompañan la historia del hombre".

En cualquier caso, "la muerte no tiene la última palabra". Todas las veces "que la familia en el luto – incluso terrible – encuentra la fuerza para custodiar la fe y el amor que nos unen a aquellos que amamos, impide a la muerte, ya ahora, que se tome todo. La oscuridad de la muerte debe ser afrontada con un trabajo de amor más intenso". No se debe negar el derecho al llanto: "También Jesús “rompió a llorar” y estaba “profundamente turbado" por la pérdida de una familia que amaba. Podemos más bien - concluyó - tomar del testimonio simple y fuerte de tantas familias que han sabido captar, en el durísimo pasaje de la muerte, también el seguro pasaje del Señor, crucificado y resucitado, con su irrevocable promesa de resurrección de los muertos".

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